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Hay inquietud ahí afuera.

Hay inquietud ahí afuera.

Es otoño, dicen, porque se acortaron los días, porque agosto comenzó a enfriarnos el rostro o porque las hojas caen. Pero yo sé que no es cierto del todo: el tramo último del verano no ha acabado aún. Ni es cierto que las hojas caigan más en estos días. Llevo viéndolas desprenderse, revolotear y caer durante todo el verano, incluso desde antes que los calores extremos impidieran dormir. Y sí, hace algo de frío como avance del fresco otoñal, pero es tan suave y sereno que alivia las pieles ya quemadas y prepara las que todavía no se expusieron al sol.

Hay inquietud ahí afuera porque el clima anda revuelto; la lluvia arreciaba hasta ayer y no nos dejaba ver ese sol que nos da la vida al coronar nuestras cabezas. Y nos alienta, sí. Es el opio del cuerpo y de la mente. Pero mañana dejará de llover.

Se va el verano climatológicamente, dicen y eso parece, pero muchos intentan olvidarlo un mes antes, como si los que ya pasaron sus vacaciones fuera todo el mundo. Y no es así. Son pocos quienes se percatan de esta nueva luz de final de agosto, de estos rayos dulces con que se abren los días como fruta madura que se nos ofrece al paladar o flor que se cierra bajo la luna para renacer, en todo su esplendor, al alba. Son pocos quienes saborean la cortedad de los días de finales de agosto; hay quienes buscan un presagio en cada nube como si enturbiara el paisaje, quizá una sola esperanza para alargar el placer de sentir en toda su grandeza la luz que anida en nuestro pecho. Y abrir el chakra del Plexo Solar para sentirnos vivos.

Que se va el verano, dicen quienes ya tuvieron su dosis de sol y monte o mar. Y yo me revelo. El verano no acaba hoy, ni mañana ni pasado. Faltan veintiún días. Falta la madurez del estío, que se dió por agostado, y lo hace entre lenguas de fuego y ascuas volanderas que destruyen la madre natura. Y ese humo violador que el aire dispersa disfrazado de olor de otoños veraniegos no siempre menos ardientes. Menguan los días y la luz mientras el calor blande su garrote en horas extremas. Esta es la verdadera desolación.

Se acaba agosto y con setiembre nos llegan nieblas y rocíos matinales y el frescor de las tardes que en otros lugares nos azota sin pundonor, como ese amor de madre que nos hace ser malas a ojos de los hijos cuando no queda más remedio que imponernos. Y cuando a veces, sin esperarlo, arrecian las lluvias y las tormentas y se desparraman no solo las hojas, sino los ríos que arrasan los asolanados campos. Todo vuela o es arrastrado en pleno otoño, todo menos la maldad humana. Esa florece todo el año como mala hierba y raramente muere, porque tiene más memoria que la bondad que yace dormida bajo la sombra prodigiosa de una parra o un árbol protector en los días de agosto que hoy mueren.

No hay otoño todavía, no en mi ánimo, no en mis ilusiones dormidas desde que comenzara el verano. No avanzo el presagio de un otoño insondable aunque en lontananza se advierta una raya imaginaria que se difumina entre el cielo y la tierra, que intenta espantar la locura que flota invisible intimidando nuestras vidas. Tampoco aspiro a tocarla con mis dedos, ya cansados de contar el paso de los días, las horas y los minutos, porque me faltaría el tiempo que he desgastado. Porque toca veranear cuando el verano se apaga, cuando se acerca la caída de las hojas de los árboles y la del calendario no significa prescindir de un setiembre amable e incluso, esperanzador.

Queda poco para partir rumbo a esos horizontes que aguardan con la misma incansable fiereza de las ramas de los árboles que crecen y elongan hasta llegar a tocarse… Ese afán de conexión es lucha, denuedo y fortaleza que enlaza sus copas antes de que las hojas se mustien. Así, mientras se abrazan formando enramadas, el tiempo de la luz se alargará y será menor el impacto de los rayos solazados al crear prismas de inusitados colores sobre las diferentes nervaduras de las hojas que no han dejado de morir y caer desde mucho antes de empezar el estío ni mientras han filtrado el calor, el viento, la lluvia y el sol.

Y dicen que con agosto se acaba el verano. Y no es así.

Alicia Rosell. Bilbao, lunes 31 agosto 2020.

Sobre el autor

Escribo y pinto desde temprana edad. Pero, sobre todo, soy escritora. Durante años, en mi edad adulta, dejé de lado mi carrera literaria para apoyar la de otros autores. Mi camino tomó veredas como la de agente literario y la edición. En plena Era Digital, regreso para no perder mis 'trazos literarios' en la maraña de mi desmemoria.

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