«Hoy me senté en el banco a la sombra del árbol plátano donde estuvimos juntos por última vez cuando todavía hacía poco frío porque el invierno no había hecho sino empezar. Han pasado cinco meses y la primavera discurre hacia el verano sin percatarse de tu ausencia, ni la mía, ni la de nadie.
El árbol aquel ha dejado de ser solo tronco de ramas podadas y se ha engalanado para la primavera abriendo los pedúnculos de sus yemas hasta convertirlas en hojas palmares de hermoso tamaño.
Hoy me he protegido del calor bajo esa fronda virtuosa que nos esperaba a ambos, pero no estabas conmigo, ya nunca estás y tu ausencia la ocupo yo con respeto porque no olvido los pesares que te llevaban a pararte.
Y mientras allí descansaba, he creído sentir que el árbol se inclinaba para susurrarme al oído que estabas conmigo aunque no te podía sentir al otro lado del banco donde yo descansaba, por ti, por mi, por ambos…
De banco en banco y de trecho en trecho, como cada vez que tú debías pararte para recorrer apenas doscientos metros, así he venido yo caminando por la calle hoy, en días como estos, de calor extremo y duro… Pero yo sé que tú venías conmigo porque te veo a cada instante a través de mi memoria.
Sabía que me iba a sentar en uno de tus bancos preferidos y mi única compañía sería el rumor de las hojas que han retoñecido en primavera para adornar el árbol aquel que seguirá en pie durante tres centenarios sin recordar cuántas figuras se apostaron bajo su sombra a escuchar la danza de sus hojas arrancadas por el viento en otoño, cayendo y haciendo del suelo un lugar peligroso para tu penoso caminar…
Y ahora, en verano, para enfriar ese mismo suelo de cemento y calmar las piernas agotadas por el calor del verano que nos asaltó como un ladrón…
Me he levantado enseguida y he continuado mi camino hacia casa. He cruzado el paso de cebra sin tener que decirte que no te hicieras el valiente ni aligeraras el paso con las muletas para que los coches no arrancaran antes de que tú hubieras cruzado.
Y he caminado hasta casa con la extraña sensación de que este tiempo pasado no sirvió para nada excepto para extrañarte más y congelarme bajo un sol de plomo al recordar el frío que se detenía en ese banco -hace apenas seis meses- hasta aterir tus frágiles huesos, tus piernas cansadas que sostenían el peso de un hombre joven de espíritu atrapado en un cuerpo de ochenta y dos años con el cual no te reconocías.
Juraría que hoy he vuelto a estar contigo en ese banco y que juntos hemos vuelto a cruzar la calle después de recorrerla y que la brisa y el sol nos han acompañado hasta la puerta de casa. Juntos.»
Precioso, por un momento he podido revivir tus recuerdos.
Gracias, Toñi. De eso se trata: de que podamos revivir los recuerdos a través de las palabras. Besos.