“Aferrarse a la vida -pese a la certeza de su final- es una quimera. No entendemos el sentido de la vida de igual forma que tampoco sabemos cómo afrontar la dependencia amorosa cuando una relación acaba.
No aceptar “la finitud” es no saber vivir con uno mismo, en si mismo y desde la conformidad y aceptación de que todo cuanto nos rodea, tiene caducidad.
La vida es cíclica en todas sus manifestaciones. Y todos los finales son muertes que cierran ciclos. Y sin embargo, implican un renacimiento a otras realidades desde la paradoja que implica la dualidad “principio y fin” (el alfa y el omega).
Y es que no hay final sin principio ni principio sin final; porque vivir es un efímero estadio que debe enfrentar todas las fuerzas de la infinidad del Cosmos”.