“Había limones, y limonero. Y padre, casa y huerto. Las hojas eran reflejos de rayos de luz que me alimentaban. El sol un astro que se vestía de novia sin pararse a mirarme. Pero estaban los limones en su limonero y el padre en la casa y yo con él, en el huerto.
Un aciago día quiso el huerto quedarse huérfano y los limoneros comenzaron a ajarse y todos los árboles frutales enfermaron en silencio. Y el juego de los limones se acabó sin que nadie ganara excepto el paso de los vientos, la lluvia incesante, el calor agosteño y las heladas invernales.
Como un príncipe feliz, yo me aposté a las puertas de mi “jardín” muerto bajo las nieves del riguroso invierno e intenté revivir la estatua del limonero con los cánticos infantiles que mi madre había aprendido desde niña y aún en su madurez, era capaz de recordar.
Pasó el invierno y despertó el limonero de su letargo y se abrió en yemas siendo los muros testigos de tan paradójico acontecer. Y volvieron los limones y el limonero a la casa y al huerto, pero jugaba yo sola a un juego llamado “la vida o el paso del tiempo”. Así, aferrada a sus ramas y con adusto gesto, me reflejé en los espejos de sus hojas y me encontré sola una primavera más después de tantas otras que ya habían sido devoradas por el monstruo que devora los años… “
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Entre limones anda el juego, de “Retratos de la Memoria”, Alicia Rosell.