Aparte de que escribir sea un estilo de vida, una vocación o una terapia (me consta que lo es para muchos), los escritores en general, ¿somos felices por el mero hecho de escribir? O, ¿también necesitamos sentir que somos leídos para completar el círculo de nuestro duro oficio? Duro, sí, que no lo es por la dificultad de escribir, sino porque hay que trabajar duro para sacar horas en mitad de esa soledad y silencio que siempre reivindico personalmente, hasta de “debajo de las piedras”.
Las redes sociales nos mantienen en contacto con algunos lectores potenciales y otros que dicen habernos leído o que tienen “pendientes” de leer nuestros humildes libros. Pero somos tantos en estas lides hermosas que nos mantienen vivos -y en ocasiones azorados- ante las expectativas de una probable no retribución de lecturas, que algunos escriben cada vez menos e incluso se han planteado la posibilidad de dejar de escribir. Sí, reconozco que cuando lo he leído o escuchado de algún autor de ventas me ha sonado, cuando menos, extraño.
Aunque yo no creo que un verdadero escritor vaya a dejar de escribir por mucho que piense que superemos al número de lectores, sí aprecio cierto temor en algunos que incluso ya han triunfado -entiéndase que me refiero a escritores con cierto nombre en el panorama editorial- a seguir haciéndolo.
Aquí hay un debate que da para tocar muchos puntos del Oficio y no voy a extenderme. Pero sí, pienso y pienso mucho últimamente, cuando yo lo siento y cuando siento que les sucede lo mismo a tantos escritores (noveles o no, que yo no hago diferencias pues todos escriben).
Me aturdo viendo reflejados tantos pensamientos y opiniones al respecto en las redes sociales, donde se aprecia que conformamos un escaparate dedicado más al marketing que a otra cosa; no sé si estoy viendo fantasmas en la profesión, si algunos tienen o sufren el síndrome de Bartleby o en ocasiones nos sentimos bajos de moral porque los escritores tenemos que convertirnos en vendedores materiales que deben realizar tournées (mejor dicho: giras) a guisa de artistas del espectáculo para poder vender lo que escribimos.
Realmente, ¿nos merece la pena tanto sacrificio o es mejor ser un autor poco leído o lo que es peor, vender poco pero vivir sin presiones? Sé y soy consciente de que hay autores que lo llevan estupendamente, pero el camino literario nunca ha sido un camino de rosas y menos lo es si además tenemos condicionantes en nuestras vidas que nos llevan por otro camino menos fragante y más espinoso por avatares circunstanciales o vitales (trabajo, enfermedades, etc.).
A mi, que por vocación he tocado todos los “palos” de esta bendita y amada profesión literaria (agente, editora, escritora), aun ni con mi (in)suficiente experiencia para hablar del tema se me escapan razones para decir “no” a continuar escribiendo, no sea más que para uno mismo. Pero, ¿y vosotros, colegas, qué pensáis, cómo os sentís en este escaparate digital y presencial obligatorio? No queda tiempo para escribir, ¿verdad?
Algo debe cambiar para que no debamos renunciar a nuestro preciado tiempo, que ya se nos va por cuestiones vitales más de lo debido como para desperdiciarlo en el resto de lides, como referí más arriba.
Y tampoco es cuestión de renunciar a nada en la vida, porque todo cuanto vivimos acaba plasmado en esos libros que se compran, pocos leen y muchos acumulan porque somos demasiados ofreciendo y pocos demandando. ¿Andaré muy errada? Y de premios mejor no comento, que no deseo meterme, por ahora, en “arenas movedizas”.
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Alicia Rosell, escritora (seudónimo de Purificación Ávila).