❝Tardes de viernes. Tiempo para dormir. Sueños sin preaviso. Hilos invisibles que me transportan a las profundidades del enigma onírico hundida en el más cálido sopor. No me duermo yo. Se duerme mi cuerpo y nada puedo hacer, pues pierdo de tal modo toda voluntad sobre mi que prefiero dejarme arrastrar hacia el epicentro de ese abrazo de estímulos placenteros donde existo como un bebé en el vientro materno, nadando en sus aguas ventrales, dulcemente dormido y cariñosamente acunado.
Duermo a saltos, sobresaltada por los ruidos de la vida a estas horas tempranas de la tarde. Me dejo llevar, pero el sueño no me deja soñar y entiendo así el enfado del niño que despierta llorando con un mohín mimoso en su boquita pintado. Este es el rico y dulce dormitar que nos asalta cuando más necesitados estamos de un descanso robado a la vigilia, ansiosos por caer rendidos entre los brazos cómplices del ser amado.
Y acaso sea así la muerte -porque morimos un poco cuando dormimos- o sea el sueño más parecido a la vida -como escribiera Calderón-, y aún a riesgo de caer tan profundamente dormida como para llegar al relax del silencioso Universo que nos palpita en el pecho, yo me duermo con el sueño y me abandono al amante fornido de los brazos de un Morfeo sobrecargado de seres durmientes desde hace demasiados siglos. Será este el motivo de caerme del sueño y despertar. Pues no es su abrazo el Arca de Noé.
Y los sueños me acompañan hasta que el teléfono suena y la vida me devuelve a la realidad con su sempiterno atronar de ruidos mundanos. Ya. Digo adiós a mi adormecido éxtasis, agradecida por la visita del descanso en esta otra tarde de viernes de sueño sin preaviso y tiempo para dormir, varias veces interrumpido❞.
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“Quijotadas y Mansedumbres. Recopilatorio”. Alicia Rosell Vega®©🌹
Bilbao, viernes 15 de abril de 2016.